Entonces nuevamente, la embargó una profunda paz y Veronika volvió a contemplar el cielo estrellado, con la luna en cuarto creciente –su favorita- llenando con suave luz el lugar donde se encontraba. Retornó la sensación de que el Infinito y
Ella había sido capas de odiar tan fuerte y tan intensamente que no habían quedado rastros de rencor en el corazón. Había dejado que sus sentimientos negativos, reprimidos durante años en su alma, salieran finalmente a la superficie. Ella los había sentido, y ahora ya no los necesitaba más: podían partir.
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